domingo, 15 de junio de 2008

Instituciones II

Introducción a la Psicología Social
Clase VII -2 Instituciones
Ada Fanelli

Hace varios miles de años, en algún lugar de Africa, oculto entre el follaje, vivía un extraño animal, casi pelado e indefenso.
Las hembras despiojan a las crías. De vez en cuando un revuelo en el grupo avisa que hay dos machos peleando por una hembra. Nada haría suponer que está a punto de abatirse sobre ellos una terrible trajedia: la sequía, y con ella, la falta de alimento.
El hambre empujó al hombre de su habitat seguro, el miedo lo obligó a erguirse sobre sus patas traseras para otear el horizonte, y el amor le inspiró el compartido banquete después de la cacería.
Necesidad, miedo, amor: ¿Qué más hay en la vida? Qué más necesitamos para vivir.
Las hembras parieron sus crías prematuramente y las estrecharon contra su pecho. Mucho tiempo, tanto como para que la profunda huella del recuerdo quedara marcada para siempre en la memoria del hijo. Paraíso perdido y añorado, inspiración, esperanza.
Fuera del útero acechan la vida y la muerte, entremezcladas. Esos animales descalzos se tomaron entonces de las manos e hicieron una rueda, y se mecieron y se acunaron mutuamente. Al alejarse, añoraron el retorno, y entonces, en ese sitio pusieron una piedra, y muchas otras piedras para trazar el camino de vuelta al hogar, a la ronda, al fuego, a la comida tribal, a la seguridad de lo conocido. Un sitio donde guardar los miedos, donde tejer, donde sembrar, cocinar, hacer el amor. ¿Qué más podemos pedirle a la vida?
La primer aldea, el paraíso reencontrado, el útero.
Pasó mucho tiempo. Y muchas cosas cambiaron, pero el miedo, el hambre, el amor, permanecen, y aunque el aspecto de la aldea ya no es el mismo y aunque ya, muchas veces, ni siquiera se parece a una aldea, los seres humanos seguimos apelando a la misma estratejia para sobrevivir: Creamos instituciones-útero-madre-ronda-aldea para guarecernos de la intemperie, herederas de un pasado que puede leerse aún en los huesos desordenados de nuestra columna vertebral. Las instituciones, tan idealizadas y denigradas como la madre, alimentan y demandan alimento, se reproducen, envejecen, mueren. Están vivas.
Tampoco nosotros podemos vivir sin instituciones y nada es más difícil que convivir en ellas y-o con ellas. Por eso creamos reglas y nos organizamos, en una estrategia para ganarle al desorden y la muerte.
Las instituciones no siempre poseen una representación física específica, como una escuela o una familia, sino que pueden ser tan abstractas como la lengua, la ciencia, o festejar el cumpleaños. A medida que pasó el tiempo el hombre dio a sus instituciones formas distintas y complejas, las dotó de un orden. Una de las definiciones que podríamos dar a la institución es el de ser un conjunto de normas que permanecen en el tiempo..
Cada uno de nosotros atraviesa y es atravesado simultáneamente por distintas instituciones a las que pertenecemos o con las que nos relacionamos. Pocas veces pensamos que las instituciones nos pertenecen y en cambio buscamos pertenecerles. La vida en las instituciones está sistematizada, aunque a veces sus reglas ni siquiera son escritas, y además cambian permanentemente, como ocurre por ejemplo, con la moda.
Las instituciones que mencionamos más arriba, como una escuela, una familia, un club de fútbol o un negocio de ropa son la expresión de otras instituciones: la educación para la escuela, la familia para una familia, el deporte para un club, o la moda para la “boutique”.
Prácticamente todas las expresiones humanas y todas las conductas están institucionalizadas, aunque muy pocas veces nos detengamos a pensarlo. Las instituciones por lo tanto nos protegen, pero también nos obligan. Estamos forzosamente institucionalizados. Incluso hay instituciones para los que no pueden o no quieren institucionalizarse, y son los manicomios y las cárceles. Dentro de la organización de las instituciones (a la que solemos llamar “el sistema”), existen roles preestablecidos que muy pocas veces elegimos. En una escuela el rol de alumno, el de maestro, el de director. A veces podemos escoger pertenecer o no a una institución, pero en caso de hacerlo deberemos someternos a las “reglas del juego”. Un alumno no puede elejir ser director, puede en todo caso, aspirar a ello, siempre y cuando cumpla con los requisitos exigidos, lo cual ( ya es sabido) puede insumirle la vida entera.
Maturana representa a las instituciones utilizando una metáfora del sistema nervioso. Las neuronas se comunican entre sí, pero los impulsos que ingresan por las dendritas de una neurona son de incumbencia de todo el sistema, mediante una compleja comunicación instantánea de sinapsis y arco reflejo. El sistema es cerrado, aunque tiene un adentro y un afuera y recibe estímulos tanto del interior como del exterior, y ambos en el mismo nivel de importancia e diferenciación, porque no hay categorías para el dolor, no importa si viene de un ataque al hígado o si me corté con un cuchillo. Y sea cual sea, compromete la alerta de todo el organismo. Otra característica del sistema nervioso es que cada neurona vive mientras está en él, si es apartada, el sistema se cierra nuevamente auto reparándose y restableciendo el circuito.
Se trata de una imagen institucional-social que no se le escapa a los publicistas, hay una tarjeta de crédito que ofrece “el privilegio de pertenecer”. Un privilegio, sin duda, pero también y fundamentalmente, un derecho. Nadie debía poder ser aislado del sistema, porque el aislamiento representa para el hombre, como para la neurona, la muerte. También representa la enfermedad institucional. Una institución está enferma cuando en vez de favorecer la vida se pone al servicio de la muerte. Esta patología puede afectar a instituciones saludables, aunque existen algunas que ya nacen enfermas, porque son concebidas para la muerte y no para la vida, como el K.K.K. o la maffia, por ejemplo.
Por lo general, cuando una institución enferma, la enfermedad no afecta por igual a todos sus miembros, y por eso algunos son capaces aún de pedir ayuda. Y a veces, resulta y tienen éxito.
Pues bien: me había comprometido a contarles en estas clases qué es lo que hace un psicólogo social: ¿se lo imaginan?
A diferencia de las neuronas que están condenadas, los seres humanos cuando quedan aislados tienen, aunque con muchas dificultades, es cierto, la posibilidad de reunirse nuevamente y generar nuevas instituciones, si logran percibir a tiempo las señales del mal funcionamiento. En eso trabajamos los Piscólogos Sociales: en las instituciones, para las instituciones, dentro de las instituciones, junto a las instituciones, escuchando, percibiendo, observando, ganando tiempo. A veces, expulsados de las instituciones.
Alguna vez me contaron que en los primitivos submarinos, a falta de tecnología adecuada, llevaban un conejo como mascota. La utilidad del animalito era que percibe antes que la raza humana la falta de oxígeno. Si el conejo se asfixiaba, había que emerger rápidamente, porque las próximas víctimas iban a ser los tripulantes, el tiempo se había terminado.
Aunque debemos hacer la salvedad de que la unidad de trabajo no es el sujeto-conejo (del que se encargan la medicina y la psicología) ni la institución (para la que existe otra especialidad que es el analista institucional) , sino los vínculos con que los sujetos constituyen el grupo.
Toda institución está conformada por grupos, aunque más no sea, por un grupo de dos, como la pareja, base indispensable para la familia. Cuanto mayor es la institución, mayor cantidad de subgrupos la integran. Grupos de pares, grupos interdisciplinarios, grupos de colegas, grupos de trabajo, etc. El grupo media entre el sujeto y la institución.
Hemos visto que el antecedente de la institución, la primer institución y la más importante, es la familia, una institución muy especial, porque al mismo tiempo es un grupo. Un grupo de características,también, muy especiales, porque todos sus integrantes son diferentes entre sí, (mamá-papá-nene) y es recomendable que así sea: Gracias a la diferenciación de los roles se produce su funcionalidad y su misión se hace posible.
La misión de la familia es continuar la tarea del útero en la crianza del ser humano, que ya hemos dicho, nace inmaduro. Pero no sólo en la infancia, la familia también debe contener y sostener a los otros miembros adultos o ancianos, motivo de roles funcionales e intercambiables. Quienes fueron cuidados ahora serán cuidadores, integrándose a un proceso natural de vida
Podemos decir que las distintas instituciones surgen a partir de la especialización de algunas funciones familiares. La familia nutre a sus integrantes, los protege, los educa y les brinda afecto. La familia es el grupo-núcleo primario. Cuando los más pequeños crecen, van ingresando a la sociedad a través de las distintas instituciones, la educación en la escuela de la esquina, el sistema de salud en el hospital, la religión en la iglesia o el templo, la economía, el dinero, etc. etc. etc.. Instituciones todas que trabajarán más o menos coordinadamente para socializar al niño. Pero las familias también se protegen, se defienden y atacan a otras familias. Todo no es tan idílico, y de allí surgen instituciones como el ejército, en el que se reúnen los hijos jóvenes varones de familias con intereses comunes a entregar la vida en sacrificio por el grupo (que no solo la acepta, también la exige).
Así que miren que importante es el trabajo que las instituciones realizan y qué importante el trabajo de esta institución, la Psicología Social, al favorecer la Salud Mental de los grupos y sus integrantes cuyo destino es colaborar en la creación y sostén de instituciones saludables. Ahora comprenderán porqué cuando les mandé hacer el trabajo de observación de grupos o instituciones les indiqué que no debían utilizar la familia, ni propia ni ajena, pues el análisis se torna específico y complejo.
De la historia familiar depende la historia del sujeto, presente y futura, dicho tránsito condiciona su aprendizaje, su personalidad, sus gustos y aspiraciones.
Junto a la familia hay otra institución igualmente importante y de la cual también depende nuestra pertenencia y nuestra salud mental, y es el trabajo. El trabajo se realiza siempre en instituciones y genera nuevas instituciones. Una empresa, una práctica profesional, un sindicato, un ministerio, son instituciones del área laboral. Su función es generar trabajo y riqueza material y espiritual para todos. Una sociedad cuyas instituciones no cumplen con este cometido, es una sociedad destinada al fracaso. Sus circuitos se harán más estrechos y los excluidos darán cuenta de la enfermedad social.
Si, nuestras instituciones están seriamente averiadas, porque hay demasiadas personas por fuera del sistema, y eso es fatal, no sólo para los afectados, sino porque da cuenta de la inoperancia de nuestras instituciones y de la necesidad de transformarlas.
¿Por qué ocurre esto? Niños y viejos abandonados a la intemperie, padres de familia desocupados, madres pluriempleadas en la casa y fuera de ella. Escuelas sobreviviendo a la buena de Dios, ya que deben soportar el peso del fracaso de las instituciones adyacentes: a los costados, la familia, la empresa, por encima, el Estado, por debajo, la infancia. ¿Ven de que manera en cada situación está implicado todo el sistema? Y desde luego no se trata de una cuestión exclusivamente económica, porque si bien importa, no alcanza con el efectivo (nunca alcanza) para resolver el problema. Mientras los niños pobres son abandonados en las veredas, las plazas y los subterráneos, los niños ricos son encerrados en parques privados, obligados a competir ferozmente entre ellos por la nota escolar, así como competirán luego laboralmente, cuando sean adultos. Desechados también los más sensibles, y medicados en consecuencia. Se calcula que el 10% de nuestros niños (3 ó 4 por grado) toman o tomarán medicación psiquiátrica antes de la adolescencia. !Un tema acerca del cual no me cansaré de advertir!
Mucho trabajo para los psicólogos sociales. Estamos en un momento de grandes cambios. Tantos que aún no son absorbidos por la mayoría de nosotros y menos aún por nuestras instituciones. Cuáles de ellos son útiles, cuáles será necesario descartar...ese es el trabajo para hacer, y si no tomamos conciencia todos, nuestras instituciones seguirán expulsando a la gente.
Obviamente al respecto hay muchas teorías y múltiples análisis. Vamos a intentar una mirada desde una perspectiva generalizadora que nos permita comprender el cambio que se está produciendo a nivel macrosocial.
¿Qué es lo que está cambiando? Nada más ni nada menos que la estructura de producción institucional, es decir, el modo en que las instituciones hacen y se hacen institución. Quién dice qué se hace, como se hace, cuando se hace y fundamentalmente para quién se hace. Es decir, el ejercicio del poder. Hagamos un poquito de historia, una señora que siempre está invitada cuando se habla de instituciones.
Todos conocemos los cambios que se produjeron alrededor del s. XVIII en la organización social. El punto culminante podemos considerar que fué concebir la posibilidad de una forma de gobierno democrática, con el advenimiento de las Revoluciones Americanas y Francesa.
Para comprender la importancia de este hecho tenemos que remontarnos aún más en el tiempo, a las épocas en que el hombre descubrió (o inventó) la ganadería y la agricultura. Hasta entonces, su medio de subsistencia había sido la caza, la pesca y la recolección, pero a partir de la importancia de la tierra, se bosquejó un diseño de organización social diferente. El cazador pasó a ser guerrero, a defender la parcela. La prole se transformó en mano de obra para la siembra, la cosecha, el pastoreo y en soldados para los ejércitos. La mujer, procreadora, se transformó en un valioso bien, propiedad del padre de familia. Ese padre de familia sería luego señor feudal, rey, patrón y los sacerdotes lo enaltecerían asemejándolo a un dios.
Quedaba instalada de esta manera la circulación del poder en la organización social: el padre en la cabecera, el rey en el trono, y dios en el cielo, legitimándolos a ambos. La caída del rey en la Revolución Francesa arrastraría, en el siglo siguiente a dios, de quién Nietzche proclamaría la muerte, y casi de inmediato la Revolución Rusa instalaría la dictadura del proletariado (los hijos) y el Estado ateo. Sin llegar a tanto, muchas comunidades separarán el poder divino del humano.
Y un tiempo después, ya bien dentro en el s XX, no harían falta más que el psicoanálisis y el feminismo para profundizar los cambios, obligando al padre a compartir su lugar en la cabecera con su esposa, quien ya no aceptaría ser considerada como un objeto, propiedad del marido, el padre o los hijos varones. La estructura del poder vertical, absoluto, indiscutible, parece haber iniciado una decadencia sin retorno, pero también sin paz, lo cual constituye la revolución más grande desde el neolítico, más o menos. Los cambios lo afectan todo, y cuando digo todo, quiero decir todo. Los vínculos, la identidad, la producción, la salud, los conceptos que la cultura creyó inamovibles y por los que se rigieron las sociedades, están cambiando.
De a poco, porque no es un texto fácil, pueden ir conectándose con “Totem y Tabú”, de Freud. Allí el gran maestro expone de qué manera se produce esta transformación, por otro lado inscripta en nuestro inconsciente desde el fondo de los tiempos, arquetipo de todos los cambios sociales. Al derrocamiento del poder autocrático del padre de la tribu le sucede una época de anomia (sin ley) en la que todos los herederos luchan por ocupar el sitio vacío, hasta que toman conciencia de que, en caso de continuar así, no solo nadie gana sino que todos serán destruidos en la lucha fraticida. Sentido común mediante, e instinto de conservación, comprenden que, para sobrevivir, deberán negociar.
En este momento la vieja mesa de roble con sillas de altos respaldos en la cabecera está siendo reemplazada por una redonda, más moderna y funcional, pero no es sencillo y reina la confusión. Muchos hombres prefirieron desertar antes que entregar sus insignias, o tal vez no saben qué hacer sin ellas. Las mujeres que los reemplazaron, aunque al principio parecían felices, frecuentemente se muestran hartas y cansadas. Aunque algunas conservan a su lado una silla vacía, no parece que nadie tenga gran interés por ocuparla. Los hijos....bueno ¡los hijos son otro tema! Ellos darán cuenta de sí mismos a lo largo del siglo que recién empieza.
Y si dentro de la familia el cambio de orden está produciendo estos conflictos, imaginen otras áreas. En su caída, el patriarcado arrastra un orden, con sus reglas y estilo de convivencia. Todos nos quejamos de la corrupción,como si viniera del cielo y nada tuviera que ver con nosotros, y si bien nadie quiere ocupar la cabecera familiar, todos parecen querer sentarse en el sillón del gerente, sucedáneo del patrón que a su vez parece haber reemplazado al padre, al rey y, por qué no, a Dios, requerido de entre las cenizas por viejos y nuevos cultos. Quienes consiguen el sitio de honor, sin embargo, se quejan de úlceras y somatizaciones varias, stress y terror a envejecer y morir.
Si algunas instituciones se debilitaron hasta casi desaparecer, otras nuevas surgen, crecen y se muestran lozanas y funcionales, aunque a veces no hayan demostrado del todo su eficacia. Tomemos como ejemplo, la moda joven.
Lo que ha durado mucho tiempo ya no es utilizable. El cambio debe llevarse a sus últimas consecuencias y todo debe cambiar sin envejecer, sin siquiera madurar.
La adolescencia y la juventud, recientemente descubiertas (o reinventadas) no ya como una etapa de la vida, sino como un estado al que hay que pertenecer o desaparecer. O sea, una institución con sus reglas estrictas y sus excluidos y expulsados. Color de cabello, peso, aspecto personal y del vestuario, tersura de la piel: el hábito uniforme de los fieles de una religión que incluye ritos y ofrendas sacrificiales a dioses e ídolos impuestos a todos, a consecuencia de lo cual nos encontramos exactamente en el polo opuesto de donde queríamos estar.
Si lo viejo fue juzgado autoritario y descartado por rígido y estereotipado, ahora el modelo es la eterna juventud, otro estereotipo al fin.
Un mundo siempre nuevo es un mundo sin historia, y ya sabemos que quienes no recuerdan su historia están condenados a repetirla. Por ello, aunque nuestras instituciones se dicen democráticas, no consiguen evitar alternativos rebrotes de autoritarismo y momentos de laisse faire.
El hombre, aquél ser frágil y pelado, sin garras, hambriento, aunque ahora al fin ahíto, debe enfrentar un nuevo desafío. Aparentemente, se trata de la misma vieja enemiga: la naturaleza. Sólo que ahora no nos espera agazapada entre el follaje, sino en el espejo. ¿Seguiremos considerándola nuestra enemiga?, ¿aceptaremos hacer las paces y vivir en armonía con ella? ¿seguiremos la lucha hasta matar o morir?
Los jóvenes (los de verdad, no los pendeviejos) enarbolan estandartes de color verde, color escogido como símbolo de la salud. Ojalá tengan suerte.
Nosotros, por esta clase, que me parece bastante densa, hasta aquí llegamos: Hemos hecho un recorrido por el hombre, las instituciones creadas por él para salvarse de la extinción, y las reglas que busca y a veces encuentra para convivir pacíficamente dentro de ellas.
El cambio en la organización interna de la sociedad reflejándose en el cambio de las instituciones que como un panal conforman la sociedad, pero un panal cuyo dibujo no es estático ni repetido, sino en permanente movimiento, porque no somos abejas ni avispas.
El hombre enfrentado a su obra. Desafiando a su obra, desafiado por sus obras.
Yo misma estoy culminando el propósito de acompañarlos en este desafío. Hace dos meses era nada más que un sueño, hoy tiene existencia propia. La próxima clase será la última, me bajaré del tren y ustedes continuarán su viaje, con otros guías que los ayudarán a descubrir nuevos paisajes.
Dentro de una semana estaré en el andén agitando un pañuelo blanco pero hasta entonces queda el último tramo del recorrido en este espacio que fuimos construyendo juntos, primero, en nuestras cabezas, después, en la realidad.
Hace dos meses no nos conocíamos, ahora los extraño cuando por un par de días no nos encontramos, porque eso es lo que le pasa a la gente cuando anda junta.
Si me pasa sólo a mi, es que estoy un poco loquita. Si también les pasa a ustedes, estamos generando vínculos:

I N S T I T U Y E N D O

Nos vemos.

Un abrazo grupal a todos.

Ada.

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